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Hugo Quinteros

Las piedras son arte en manos de Hugo Quinteros

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Su trabajo se ha extendido a pórticos, chimeneas, marcos, puertas y hasta muros de piedra. Actualmente construye su casa que contempla un parque rupestre.  

Las obras de don Hugo Quinteros están por todo Samaipata y, sin duda, permanecerán en el pueblo para siempre. El escultor llegó de Saipina siendo niño y trabajando como excavador en las ruinas de El Fuerte, supo que él también podía dar formas extraordinarias a las piedras. Lleva 35 años haciéndolo.

Su taller es aún su casa, pero pronto mudará todo a una colina junto a la carretera entre la subida a las ruinas y la localidad que tanto aman los turistas. Allá tendrá un parque rupestre que estará abierto al público y su emoción por verlo terminado es evidente. “Haré un circuito de esculturas en torno a ella”, puntualizó.

Trabaja con arenisca y también con piedra de río. Personalmente se encarga de buscarlas o de arrancarlas de las montañas, porque sólo él conoce el tamaño en que las necesita. Sus piezas, además de ocupar espacios abiertos en fincas aledañas a Samaipata, decoran hoteles y jardines en domicilios de Santa Cruz de la Sierra y La Paz.

Don Hugo está orgulloso de su oficio y de sus obras. Asegura que ninguna es igual que la otra. “Además, trato de que sirvan para algo más que arte”, expresó. De esa forma es que muchas piezas, entre ellas batanes y morteros, han ido a parar a Estados Unidos, Chile, Brasil, entre otros países.  

En los últimos años, y más después de la cuarentena por el coronavirus, su trabajo se ha extendido a pórticos, chimeneas, marcos, puertas y hasta muros de piedra. De hecho, su casa que él mismo está construyendo, es una hermosa estructura en la que se ha utilizado este material y madera en gran medida.

Al hombre no le faltan pedidos. Cuando le faltan manos y el tiempo apremia, recurre a personas a las que enseñó el oficio, y que también se ganan la vida esculpiendo. Su hijo es uno de ellos y el maestro está orgullo de él; asegura que le gana con los detalles.

Su aún hogar-taller se quedará con algunas obras suyas que por el tiempo se han fijado al terreno: un apache en el ingreso, un enorme sapo, halcones, salamandras, una fuente de agua… Una banca, a la que grabó con martillo y cincel su apellido, se irá con él. “Imposible que se quede aquí; es parte de mi familia”, dijo.